Héroe, Mito y Modernidad en el imaginario Latinoamericano

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Hay una raza de hombres gigantes,
vencedores de la muerte,
que cambian la historia con fuerza revolucionaria.
Los conocemos, somos nosotros, somos el pueblo…
Ernesto “Che” Guevara

-…y ya ve: hacemos la revolución como podemos…
Mariano Azuela; Los de Abajo

La concepción clásica de héroe, tal como la entendían los antiguos pueblos, se basaba en la idea de seres excepcionales, cuasi divinos, que se separan naturalmente del grueso de los mortales para erigirse en modelos de perfección. Sus características responden a las necesidades de la sociedad en la que “encarnan”. Es el ser que asegura, con su sola presencia, la victoria en la batalla. Principalmente, delimita al grupo de los “elegidos” del de los enemigos-bárbaros. Es baluarte de justicia, equidad y modelo de obediencia. Su universo natural es el mito, espacio simbólico culturalmente construido por esas comunidades, que lo sostienen y mantienen “vivo” por generaciones.
¿Sería posible sustentar esta idea clásica de héroe en la sociedad moderna latinoamericana? Podríamos esbozar dos posibles respuestas: por un lado, sostener que sí lo es, aunque debiéramos pasar por alto peculiaridades que demuestran claramente que Latinoamérica no es análoga a Europa, sino su forzada y sólo hasta cierto punto heredera. Su historia, sus sociedades, sus problemáticas son para el resto del mundo relativamente recientes, productos de un choque cultural que aún no se resuelve. Aquiles, Rolando o Rodrigo Díaz de Vivar podrían moverse por la geografía latinoamericana, pero sin formar parte de ella, sin encontrar el origen, sin encontrar nunca su verdadera esencia, simplemente porque responden a las necesidades de otra realidad.
Por otro lado, podríamos pensar que, tal como lo conocemos, no es posible realmente trasladar este modelo heroico clásico a nuestro continente, ya que la idea de héroe y su universo mítico es el producto de la historia de la sociedad que lo construye, y de esta manera el pasado de América Latina y su actualidad generan un tipo heroico distinto, marcado por esa misma historia y por los susurros de un presente que el común de los hombres no se anima a decir en voz alta. Los planos de la ficción y la realidad se entremezclan para forjar el mito o para librarse de él, y en esa coyuntura la sociedad latinoamericana se mueve y vive. El héroe del Nuevo Mundo es humano (y por ende falible) en una sociedad imperfecta que lo moldea y al mismo tiempo obliga a transformarla. Es el que levanta la voz para convertir en acción los anhelos del pueblo, y enfrentarse a quienes prefieren seguir acallándolos: los dueños de la tierra y de la voluntad del pueblo, principalmente.
La Revolución Mexicana (desde 1910, aproximadamente) y luego la Cubana (1959) nos han legado figuras heroicas que se debaten entre la ficción y la realidad, entre el mito y la historia. En Los de Abajo, Mariano Azuela desdeña la épica mimética que “sólo refleja” (Fuentes, 1992:XX), y opta por tomar un material épico (la Revolución) para alejarse del mito y cuestionarlo. Y es que en un continente marcado durante siglos por el patrimonialismo, el autoritarismo y las dominaciones eternas, más la nefasta influencia de los religiosos conservadores, figuras como las del cacique o el explotador conviven durante mucho tiempo con un pueblo (en su gran mayoría campesino) habituado al sometimiento y a la explotación. Podríamos pensar, ingenuamente, que es entonces cuando de ese mismo pueblo sojuzgado surgen los líderes que se transformarán en revolucionarios y luego en héroes, pero la realidad es que todas las revoluciones latinoamericanas han sido gestadas por una contraelite –es decir, la clase media-, insatisfecha por el orden establecido por otros. Esto no quiere decir que no fuera importante la participación y el apoyo de los campesinos en estas revoluciones, pero lo cierto es que nunca alcanzaron posiciones de mando. En este contexto se han erigido figuras heroicas íntimamente vinculadas al ámbito popular, como Francisco Villa, pero Azuela elige a un anónimo, a un campesino sin entidad real en el plano histórico, para mostrar otra cara de la Revolución Mexicana. No se eternizan en la novela las hazañas de los grandes líderes, sino de Demetrio Macías, un héroe condenado a ser siempre de “los de abajo”, porque en definitiva su búsqueda se reduce a intentar recuperar algo de lo que su pueblo fue privado mucho tiempo atrás, la tierra, en un nivel micro: regresar a su rancho con su familia y vivir tranquilo, lejos de aquíleos destinos de grandeza. En palabras de Carlos Fuentes, “los hombres y mujeres de Azuela son las víctimas de todos lo sueños y todas las pesadillas del Nuevo Mundo” (1992:XIX). Su ser latinoamericano, peculiar y trágico, se cruza con altos valores heroicos, sin que la balanza se incline en algún momento hacia una esencia en particular. En la descripción del héroe, escenas grotescas alternan con pasajes sumamente emotivos (los momentos en que el campesino se encuentra con su esposa e hijo, por ejemplo) y con escenas en donde se muestra la esencia de lealtad, compañerismo y bravura del personaje.

… Demetrio medio se incorporó, tomó una botella cerca de su cabecera, empinó y luego, hinchando los carrillos, lanzó una bocanada a lo lejos.
(…)
-Mire, mi general; si, como parece, esta bola va a seguir, si la Revolución no se acaba, nosotros tenemos ya lo suficiente para irnos a brillarla una temporada fuera del país (…). ¿No haría usted eso? Pues, ¿a qué quedaríamos ya? ¿Qué causas defenderíamos ahora?
-Eso es cosa que yo no puedo explicar, curro; pero siento que no es cosa de hombres… IIº Parte, Cap. VI, p. 88

Azuela coloca en la novela figuras históricas, como el mismo Villa, para enaltecer a Demetrio en una operación discursiva que consiste en presentar la imagen del “Napoleón mexicano” en boca de personajes desprestigiados, como Cervantes; irónicos, como Solís; o “desautorizados”, como los partidarios de Natera quienes repiten “de oídas” las hazañas de un héroe al que nunca conocieron personalmente. Las epopeyas de Macías, en cambio, serán relatadas “épicamente” y al mismo tiempo su valentía y arrojo serán más verosímiles porque, a diferencia de Villa, pelea por una tierra de la que forma parte. De esta manera, y aunque teñido de fatalismos, su figura se yergue por encima de los líderes de carne y hueso y trasciende el mito de la Revolución, para mostrarla al final como una inmensa bola que arrastró todo a su paso, dejando sólo muerte y soledad.

La Revolución Cubana, señalábamos, es otro de los momentos históricos que nos permite analizar la figura heroica en nuestro continente. En la actualidad, de manera similar a como sucedió con la Mexicana, está fuertemente institucionalizada, y sus magras victorias no contribuyeron demasiado a mejorar la calidad de vida de los campesinos cubanos.
La figura que trascendió los límites del país e incluso del continente es la de Ernesto “Che” Guevara, joven estudiante de medicina argentino, por su origen perteneciente a la clase media de su país, aunque su familia escapaba a las convencionales caracterizaciones que este grupo ostentaba. Producto del agitado momento institucional que vivía la Argentina durante las décadas del 40 y 50, había sido formado en el altruismo, en la dedicación a los humildes, y en ese sentido desde muy joven pudo escapar a la mediocridad pequeñoburguesa con una actitud que rayaba en lo excepcional. Muchos de los problemas que luego tendría con dirigentes cubanos provendrían, precisamente, de esta nobleza de carácter que todos sus biógrafos convienen en señalar, aunque algunos le atribuyan mayor peso a su lucha individual contra las limitaciones impuestas por su enfermedad y por el ambiente .
Años más tarde, seducido por el liderazgo de los hermanos Castro, se embarcaba en lo que suponía el inicio del cambio radical de la política Americana: el poder en manos de los luchadores, no de los dueños de la tierra. Al institucionalizarse la Revolución en Cuba, se desilusionó, pero continuó denunciando –a pesar de las polémicas con Castro- lo que él consideraba “traiciones” al ideal revolucionario. Enunció en la teoría e intentó encarnar en la práctica el concepto de “hombre nuevo” (basado en las desempolvadas teorías marxistas), debido a su percepción de la fragmentariedad y contradicciones de un mundo moderno que se enfrenta al hombre colectivo, lo aprisiona y aliena de su realidad.
Su muerte pone en evidencia el resultado de una historia multicultural plagada de contradicciones, malos entendidos y traiciones. En Bolivia, mientras planeaba instaurar la Revolución en América, y con la firme idea de comenzar hacia Argentina, fue delatado al ejército por un boliviano, campesino al igual que una parte del Ejército de Liberación Nacional, las fuerzas revolucionarias del Che. Antes de que esto sucediera, los biógrafos e historiadores señalan también que en las mismas filas guevaristas había disidencias, principalmente entre los reclutas bolivianos y sus camaradas cubanos, debido al gran número de deserciones de este primer grupo, y a la intensificación de los ataques que los guerrilleros sufrían día tras día. La falta de comunicación real, el recelo por “los extranjeros” (recíproco tanto para bolivianos y cubanos) y el afán de victoria sin considerar las condiciones reales del aislamiento de la guerrilla (“nuestro imaginario de la perfectibilidad constante”, sostendría Fuentes), tornaron posible el aprisionamiento y posterior asesinato del hombre que encarnaba para las agencias de inteligencia de Norteamérica el peligro de la estabilidad del capitalismo.
En sus momentos finales, de manera similar al héroe de Azuela, Guevara pensaba en la causa revolucionaria pero también en su familia, a la que también había renunciado en pos de alcanzar su sueño de una América libre, aunque evidentemente con mayor convicción y conocimiento de la situación que Demetrio Macías. Su ser ya no era nacional, sino continental, y pesaba más que nunca sobre sus espaldas la quemante sensación de derrota. Documenta Jon Anderson (1997) que algunas de las últimas frases del Comandante antes de morir, frente a los oficiales que lo custodiaban, fueron:
… -Comandante Guevara, ¿es usted cubano o argentino?- preguntó Selich
- Soy cubano, argentino, boliviano, peruano, ecuatoriano, etcétera… Usted entiende…
(…)
-Si quiere enviar un mensaje a su familia… - balbuceó Rodríguez
-Dígale a Fidel que pronto verá una Revolución triunfante en América… Y dígale a mi esposa que vuelva a casarse y trate de ser feliz… IIIº Parte, Cap. XXIX, p. 730 y 734

Derrotado, entregado al enemigo por el mismo pueblo que trataba de liberar, la muerte del Che Guevara se explica como una de las tantas contradicciones de nuestro continente, producto de nuestra historia. Los campesinos, como vemos aquí y también en Los de Abajo, no fueron parte fundante de las Revoluciones, y quizás sea ésta la causa de las actitudes ambiguas que demostraron en ambos casos. Los campesinos del México de principios de siglo se vieron arrastrados a “la bola” en primer lugar para recuperar la tranquilidad que a sus vidas quitó el cacique del pueblo, don Mónico, y aunque la sociedad que en la novela de Azuela se presenta también es violenta e injusta para con los más pobres, al momento de tomar las armas no lo hacen para defender realmente una causa popular, de hecho ni siquiera la conocen a fondo.
Los guerrilleros del M-26/7, jóvenes de la clase media al mando de Fidel Castro, no se habían unido porque anhelaran una transformación radical de toda la sociedad cubana, sino porque odiaban la corrupción, la brutalidad y el antinacionalismo de los políticos-títere. Se interesaron por el destino de los campesinos aborígenes en primera instancia porque necesitaban de su apoyo para sobrevivir en un medio desconocido para muchos de ellos hasta entonces. No sólo necesitaban de los lugareños orientación o provisiones de comestibles y armas, sino principalmente que no los delataran. La Revolución contó con el apoyo de los campesinos, pero fue dirigida por miembros de una contraelite, más allá de las direcciones que tomó con posterioridad.




Demetrio Macías, campesino, se ve comprometido con la Revolución por una causa particular. No comprende muy bien –como ninguno de sus otros compañeros- los verdaderos motivos, pero continúa adelante porque considera que es “lo correcto”. Condensa en su persona características heroicas, como la sinceridad, la bravura, el compromiso con la causa y la obediencia, pero atravesadas por su ser humano latinoamericano, lo que lo aleja del concepto de héroe clásico y lo convierte en producto de una historia. El autor, con la muerte sin gloria del héroe, se niega a mitificar la Revolución, mostrando la derrota y la soledad como los saldos previsibles para un grupo social que nunca fue parte real de la Revolución, porque en definitiva no estaba destinada, en la práctica, a ellos.
Ernesto “Che” Guevara, miembro de la clase media argentina y por lo tanto uno de los gestores de la Revolución Cubana, no tenía -pese a su origen- el deseo de perpetuarse en el poder institucionalizado del régimen castrista. Antes bien, encontró la muerte buscando llevar “la verdadera revolución” a los rincones más recónditos de Sudamérica, para mostrar a todos los latinoamericanos, en especial a los campesinos, que otra realidad era posible. Se comprometió con la Revolución por un idealismo mamado desde su adolescencia, potenciado por el viaje que realizó hacia la Indoamérica y que le permitiera conocer y entrar en contacto más íntimo con su verdadera problemática: la postergación, el abandono, la inequidad. Su muerte generó la construcción de un mito potenciado por varios sectores: el popular, que veía en su figura la posibilidad de redención; la clase media, que vio en su muerte la oportunidad de consolidar los ideales revolucionarios; e incluso por sus más acérrimos enemigos, quienes potencian aún hoy el mito porque éste requiere como condición fundamental que “el objeto de culto” esté muerto… Los espíritus revolucionarios y los ideales de los ’60 se malograron igual que el “Che” en Higueras. La década que emblematizó no alteró, por breve, el fundamento de las estructuras económicas ni políticas del continente, ergo tampoco las sociales, “de manera que el comandante no acabó en un mausoleo ni en una plaza faraónica, sino en camisetas, Swatches y tarros de cerveza” (Castañeda, 1997:486).
Ambos héroes, uno ficcional pero representante de la más pura humanidad latinoamericana; y el otro, real pero atravesado por el mito, dieron la vida por Revoluciones que en realidad no les pertenecían, que buscaban otros objetivos, distintos de los motivos altruistas (individuales o grupales) de estos dos hombres. Macías y Guevara, héroes en un continente en el que no están del todo delimitados los planos de la realidad y la ficción, del mito y de la historia, se nos aparecen ante todo como productos de su tiempo, la Modernidad, plagada de contradicciones y falencias, sin absolutos. Ambos cristalizaron la Revolución con una muerte poco heroica, la mirada petrificada en el lavadero de un hospital rural uno, el rifle apuntando al cielo el otro, solos, sin más herencia que la verdad de dos hombres y de un pueblo que se busca todavía en la mirada de los otros.





















BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

• Almeyra Guillermo y Santarelli Enzo; Che Guevara. El pensamiento rebelde; Ed. Continente Col. Peña Lillo; Bs. As., 2004

• Anderson, Jon Lee; Che. Una vida revolucionaria; Emecé Editores, Bs. As., 1997

• Azuela, Mariano; Los de Abajo; Ed. Andrés Bello, Santiago de Chile, 2002

• Castañeda, Jorge; La Vida en Rojo. Una biografía del Che Guevara; Ed. Espasa, Bs. As., 1997

• Fuentes, Carlos; “La Ilíada descalza”; en Azuela, Mariano; Los de Abajo, Bs. As., Col. Archivos-FCE, 1992

• Skidmore Thomas E. y Smith Peter H.; Historia contemporánea de América Latina; Ed. Crítica, Barcelona, 1996

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