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El arte está en volar: una lectura de 
 Insomnio de un pájaro sin alas, de J. J. Cartagena Madariaga 



En abril del año pasado llegó a mis manos Insomnio de un pájaro sin alas, del poeta chileno J. J. Cartagena Madariaga, publicado en 2020 por Marciano Ediciones. Desde un principio la obra me invitó a garabatear ideas que puedo sistematizar recién ahora, pero que desde entonces andan chocándose contra mis parietales en una danza errática y -a estas alturas- ya poco decorosa. 

Desde la primera lectura la sensación es laberíntica. Ilusa, esperaba encontrar poemas; sin embargo, me descubrí espectadora de una puesta en escena en la que la voz poética devenía voz en off, dirigía, actuaba, sufría y poetizaba. Adoleciendo hasta de alas, pero alzando el vuelo a veces a los tumbos, a veces rasante, a veces abrazada a un ángel que no pedía a cambio más que dejar de esperar en y por la poesía (ustedes podrán agregar, luego, otras posibilidades). En el primer apartado, “Re-composición de escenas”, los poemas nos invitan a ingresar al juego de la hibridez genérica pero no sólo desde una perspectiva formal: las voces, caóticas en su mayoría, son personajes de una tragicomedia vital signada por la ironía, la ausencia y el dolor. Esa voz en off organiza en un escenario heteróclito el pulso de las demás, se sumerge y lo explora eróticamente, se mimetiza en sus colores y en las diversas formas del amor y el desamor. 

El título lo anticipa: es la poética de la imposibilidad, de lo que se quiere alcanzar, pero -a fuerza de puro deseo- se vuelve inasible. O, quizá, el deseo no tenga relación con el alcanzar sino con la fuerza del seguir deseando aquello que, aunque se sabe imposible, motoriza la búsqueda. Para reforzar este signo, la escritura es fragmentaria, gotas que resbalan desde la piel en carne viva del poema hacia un abismo que se presiente pero no se alcanza a distinguir desde el vuelo.

 …Hoy se cocinará su carne / los huesos serán la sopa mortal 
¿y el corazón? / ¡Que lo arrojen a los lobos! / (Alguien gritó) 
-sería un buen final- (aplausos) 
los detractores del poeta festinan 
quizá todo es como su poesía 
unos dicen que falta y otros que está lista para su entierro// 

Ya no habrá voz en off / ni ángel que te salve / ni un dios piadoso que perdone 
- ¡escribe! / ¿Me escuchas? / soy tu maldita voz en off-// 
Pareciera que algo le vienen a decir ¿o a dejar? / (Es una pluma con tinta roja) 
para que escriba 
¿alguien quiere entrevistar al condenado? / (Pregunta un ángel mientras lo abraza) 
parece ser el único que lo aguarda / ¿en el paraíso? 
Sí / ese 50% real… (“Escena 4 (off the record)”, pp. 24-5) 


Los porcentajes abundan en esta sección, es necesario analizar la realidad y sopesar cuánto de ella hay en cada retazo de poesía. Acuden también para sellar la incompletitud: lo que se desea nunca se alcanzará por completo, el esfuerzo nunca será suficiente para llenar los vacíos y ganar la partida a las ausencias. El ángel, pues, es un testigo sádico (¿voyeur?) de las escenas que preludian el dolor y la soledad. 

El vuelo y su contraparte, la caída, son los ejes alrededor de los cuales los versos se van entrelazando. Los ángeles (en absoluto celestiales, dijimos, sino casi humanamente metamorfoseados por el dolor) abrazan para acompañar el descenso (que es sueño o muerte). Lejos de toda pretensión épica, más como un producto de los tiempos que corren, el yo asume su catábasis infructuosa y se deja transportar. “El arte está en volar”, le dicen, y acepta. 

En las siguientes secciones, de manera progresiva, los ángeles (que cuidaban o, al menos, construían una ficción de protección) se transforman en fantasmas (corporización de las ausencias, el recuerdo trunco enfrentado al no-estar). Como sombras en esta odisea antiheroica, tres figuras emergen como testigos y participantes del cambio de piel: Dylan, Nemo y Altazor son los señeros que apuntalan el vuelo y las reflexiones de los poemas sobre sí mismos, en un movimiento que fagocita y a la vez regenera. 

Las alusiones intertextuales son constantes y, en particular las musicales, estructuran en gran medida la primera mitad del poemario. El tono cansino evocado en las canciones de Dylan acompaña sin fricciones la lectura de estos versos extensos que, sin llegar a configurar poemas en prosa, permiten una fluidez más cercana a lo dialogal en consonancia con la impronta dramática mencionada antes. Nemo, a medio camino entre el misterio y un profundo sentido de lealtad, busca inútilmente brindar las claves para sumergirse en la oscuridad a la que el yo está llamado a habitar: 


... Tanto dar y dar para nada / la poesía se me apaga como una luz fría 
un golpe mortal se sucede en cada letra y un fantasma se arrodilla a orillas de un ojo de mar 
mis versos aletean ciegos para caer en picada / (tal vez en sólo un decir) 
ahora mi boca disuelve los restos de un poema intragable // 
(…) 
Este mar hoy se ha vuelto oscuro / jamás la encontraré 
ni siquiera la escafandra de Nemo podrá ayudarme 
este océano 
    es profundo 
        y desciendo 
             este océano es profundo 
                   y abro mis ojos 
                        este océano es profundo 
                           y te busco 
                              parecieras no existir 
                                 y me falta el aire 
                                     me he enterado 
                                       que Nemo no existe 
                                         y he bajado desnudo 
                                             sólo por ti 
                                                 me quedo 
                                                      desnudo 
                                                          desnudo 
                                                                sin ti… (“Nemo”, p. 39) 


 Vicente/Altazor es la díada final, la última oportunidad de dirigir el vuelo hacia lo más alto, pero no para buscar la perfección sino para precipitar más fuertemente una caída desbordada de placeres y de llantos, una caída en busca de la amada (la de Nemo, la de Dylan, la del yo) y de la mismísima Poesía, ubicua y a la vez imposible de hallar. En espejo huidobriano nace así Hastaelsol, cuyo signo pretende ser ese vertiginoso ascenso; no obstante, “nunca existió/sólo fue un sueño intenso/ sin alas// ni siquiera alcanzó a despegar sus pies de la tierra// pobrecillo Hastaelsol…” (“Vicente (Hastaelsol)”, p. 43). 

El único destino parece ser, pues, aquel que no se puede manejar. El yo busca que la poesía amortigüe la caída, pero ésta no se detiene ¿Caerá, finalmente? ¿Seguirá en vuelo perpetuo sin regresar jamás? ¿Cuál sería, en todo caso, peor castigo? 

Los poemas de cierre sean quizá la clave para estos interrogantes. En ellos, el pájaro-poeta se sabe cerca de la tierra; avizora imágenes de la infancia: cines, mares y costas desbordados en los ojos del niño que mira y a la vez construye este nuevo refugio, retazos de la historia de su país, gritos sordos, órdenes dirigidas a nadie y la profunda convicción de que es quizá allí, en medio de los afectos, donde resida la respuesta: 

 …Es mejor callar / callar 
ahora todo debiera callar 
sin aire 
sin nostalgia / sin cobardías 
este mundo de versos me ha hecho niebla 
en ésta / mi última playa… (“Poesía (1)”, p. 73) 


El poema final cierra el ciclo aeroitinerante del pájaro-poeta. La catábasis llega a su fin: con la naturalidad de quien sabe lo que busca, se dirige al sur, “donde todo pareciera sonar mejor”. Sacudido el polvo de las rodillas, va en busca de la verdadera transformación, va al encuentro con la Poesía vital, lejos de los escaparates y vitrinas del caos urbano, lejos de los falsos profetas que pregonan celebérrimos nombres y versos a conveniencia, lejos de los ángeles y los dioses que se inmiscuyen en los laberintos personales. Allí en el sur está la Poesía, están el mar y el viento. También allí en el sur, como una Sibila de Cumas, “un hombre embarbado de versos” lo espera para destilar, con pulso amigo, las gotas precisas del poema definitivo: 

 … Sur / no dejes aún de ser sur 
que allí dentro de una casa inclinada / a orillas del cerro canta el poema 
y un hombre embarbado de versos construye su propio destierro… (“Al Sur”, p. 75) 




La poesía de J. J. Cartagena no se agota en esta publicación. Activo militante de la escritura literaria, coordina hace más de diez años el Taller Gredazul, ha sido antologado en variados volúmenes poéticos y ha incursionado también en la narrativa con cuentos y la novela Distante 1974, primer premio “Bordes Novela 2016”, patrocinado por el Consejo Nacional de la Cultura y de las Artes. Su estilo es versátil, aunque no abandona los preceptos fundamentales que heredó de sus maestros. Los invito a conocerlo, a leerlo y a compartir con él estos vuelos vertiginosos que no sabemos bien dónde nos llevan, pero que nos encanta transitar. Ojo: quizá Hastaelsol no haya sido sólo un sueño.

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