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El uso de la metáfora en la construcción de “lo patagónico”
en escritores santacruceños contemporáneos




La carencia de estudios críticos sobre textos de autores regionales parece indicarnos que la literatura surpatagónica es un campo de estudio al cual es necesario explotar. Con excepción de algunos trabajos de investigadores de la UNPSJ, dirigidos por la Dra. Silvia Casini, las publicaciones de Ariel Williams, Luciana Mellado, Claudia Sastre y Sergio De Matteo, o los escritos sobre los cronistas de la Patagonia sur de la Licenciada Gabriela Luque, poco se ha analizado y menos aún socializado desde las instituciones académicas zonales u otros entes difusores. Por otro lado, las escrituras literarias generadas aquí adolecen de amplificación y del intercambio con lectores y pares escritores que les permitan la oxigenación necesaria y las mutaciones propias de un producto artístico en desarrollo.
Este trabajo pretende iniciar un recorrido por el escarpado camino que va de la discusión erudita de la cátedra universitaria a la producción social de discursos sobre Patagonia, que desde la política y desde distintos espacios culturales y mediáticos enfrentan a ambas instancias enunciativas, sin necesariamente atender al ideal de políticas culturales que se esmeren en acuñar lectores. Se trata de la reflexión, desde la voz de la crítica, acerca de un campo todavía abierto: el de la literatura patagónica y su aporte siempre significativo a la construcción del discurso identitario regional.
Guiados por este objetivo, en la siguiente comunicación nos proponemos abordar los distintos usos que los escritores regionales otorgan a la metáfora, no sólo como mero recurso estético sino como un mecanismo de literaturización del espacio patagónico sur, que permite cimentar ciertas configuraciones identitarias, consensualistas o contestatarias respecto del discurso hegemónico estatal.

1- Patagonia Sur: consenso o problematización de la tradición y las nuevas configuraciones
Con respecto a los tratamientos clásicos de la metáfora, lingüísticos y filosóficos, sostiene Davidson (1998) que la “revolución cognitiva” aportó un cambio de perspectiva: la metáfora dejó de ser considerada una figura del lenguaje, para pasar a ser concebida como un fenómeno mental asociada a los procesos mediante los cuales aprehendemos y organizamos nuestro conocimiento de la realidad. Esta organización de las cosmovisiones, desde luego, son tanto individuales como compartidas por los sujetos que conforman las distintas comunidades.
Si bien esta definición intenta desligarse del uso poético de la metáfora, es posible sostener que en las construcciones discursivas literarias de la imagen de Patagonia concurren estructuras de sentido que, con intención de análisis, podrían dividirse en dos: por un lado, la de los escritores que hacen uso de la metáfora para reproducir un modo de decir la región que responde a constructos imaginarios compartidos por la comunidad y que forman parte de la tradición. Estos se derivan de un discurso “primigenio” dado por una de las instancias legitimadoras del discurso político, el Estado, que “modela (esta identidad regional) muchas veces desde una política de intervención gubernamental que se propone afianzar la cohesión social desarrollando imágenes de pertenencia e identificación” (Muñoz y otros, 2006) y en gran medida el arte generado en estas áreas reproduce constructos de sentido que tienden a homologar ese discurso. Estos textos acerca de la Patagonia sur, entonces, solidifican horizontes de expectativa que permiten al lector identificarse con un imaginario ya estereotipado.
Ejemplos de ello podemos señalar en los poetas que evidencian grados de arraigo a la tradición identitaria, y desde este punto de vista las metáforas en sus textos generan significaciones que coinciden con las representaciones populares recurrentes en otras esferas de praxis discursiva.
Tomemos como ejemplo un poema de Josefina Marazzi de Rouillon, “Azahares en el Páramo”. Al inicio del poema, la provincia de Santa Cruz es caracterizada como “lejana” aunque no por ello aparece la idea del olvido o la postergación; sólo se hace referencia en este sentido a la cruz santacruceña “símbolo abandonado”, pero no respecto de la Capital del país sino de las expediciones magallánicas, “cuando América recién comienza”, explicitando un posicionamiento ideológico del enunciador que no vuelve a retomarse a lo largo del texto (esto podría autorizar la afirmación de la voluntad de naturalización del hecho de la conquista). Sí, en cambio, se retoma la de la geografía y clima difícil en los versos “llegar allí/ no fue sencilla proeza”. En este último término se remarca la valoración que la poeta tiene del hecho pionero, que estará luego en directa relación con las características del sujeto pionero y sus descendientes.
De aquí en más se hablará del Cdte. Moyano, pero él representará a todo este grupo. Los términos que se asociarán a su accionar de hombre de gobierno y, al mismo tiempo, ciudadano, serán los vinculados al esfuerzo y la entrega. La relación del hombre con el paisaje también, como en otras poesías, tendrá un carácter de correspondencia, pero en ésta se ampliará con la idea de la modificación de la naturaleza para poder sobrevivir, destacando el ingenio del marino para seleccionar, por ejemplo, animales que puedan habituarse a esta zona y al mismo tiempo sirvan de provecho para el hombre. Por extensión, la fauna adquirirá algunas de las virtudes pioneras: “y para no fracasar/ traerá animales nobles, / en especial las ovejas”.
Así, finalmente, la naturaleza se vuelve el marco de la historia del primer gobernador y su esposa. Las metáforas utilizadas tienden a relacionar las virtudes del hombre de estado que abandonó las comodidades de los grandes centros y asumió una tarea encomendada por el gobierno nacional con total entrega y excelencia.
Paralelo al análisis del significado de las metáforas, se plantea naturalmente la cuestión de la verdad de los enunciados metafóricos En este grupo de poesías, precisamente, se tematizaría una realidad “hallada”, en el sentido rortyano; una realidad dada de antemano por un sujeto “enunciador de LA VERDAD”: el Estado.

Por otro lado, en tanto, es dable identificar un segundo grupo de escritores que conciben a la metáfora (y a todo mecanismo lingüístico de escritura ficcional) como un medio de explorar las posibilidades de sentido y estructura lingüísticas. De esa exploración se generarán, necesariamente, nuevos sentidos. Conciben la metáfora como un medio más que un fin que permite el moldeo de la sustancia poética y la reflexión sobre la labor escrituraria, propia y de sus contemporáneos.
En este círculo, y merced al uso de la metáfora como recurso, se genera una tensión con el concepto de verdad. Los textos problematizan el lenguaje poético y el decir de “lo” patagónico en pos de la búsqueda de una realidad a la que hay que encontrar. La verdad no está dada de antemano, como en los poemas anteriores, o en todo caso no hay “una” verdad sino “mi” verdad, a la que se busca en el interior del ser y cuando es encontrada se la “arroja al mundo” –tal como entendiera Heidegger- con proposiciones que no pretenden ser verdaderas ni falsas. Por ello sostenemos que en estos textos el uso de la metáfora dialoga más íntimamente con la concepción acerca de la Patagonia no como un punto de partida sino de llegada de una operación discursiva que contradice discursos anteriores, adjudicándole nuevos atributos (Kesselheim, 1998:145). Y a esos atributos se los encuentra, precisamente, en la exploración del sujeto individual, contingente, y no del estereotipo sociopolítico propio del discurso autorizado “jurídicamente”.
Desde esta perspectiva puede leerse “Paisaje invernal”, del fueguino Julio Leite, “el Mochi”. Subtitula este poema una construcción parentética, a modo de advertencia, que se nos figura un primer punto de separación del discurso “oficial”: “(no apto para turistas)”. La voz poética asume desde el inicio la existencia de varios discursos acerca de la realidad regional y, entre ellos, uno que se le figura artificial, si no mentiroso al menos dudoso; una versión “for export” de Patagonia (en palabras de Claudia Sastre) que se separa de la “verdad” cotidiana de quienes la habitan. Las metáforas utilizadas aquí buscan desenmascarar la concepción bucólica, cuasi edénica del territorio sureño:
En cada chimenea / hay un puñadito / de bostezos azules / y cuchillos brillosos / por pupilas. / Invierno / rima con odio, / pega con hambre, / mata con carámbanos. / El vino y la madera / para esos niños / no es un abrigo…

La fisura entre las construcciones de campos semánticos referidos a los habitantes sureños y a los turistas señalada en el paréntesis del inicio, aparece aquí reforzada con la metaforización del “otro” espacio, aquél que no es el sur, al que se le atribuyen metonímicamente términos vinculados con la arrogancia y la apatía: “Afuera, / señorea la indiferencia…”
La imagen de la Patagonia que ofrece este segundo grupo de poesías, lejos de intentar neutralizar aspectos problemáticos entre el discurso poético y el discurso oficial, pone en evidencia la disputa entre ambos por la legitimación de una noción. Referido a este tipo de conflictos es que señala Dalmaroni (2004) que “frente al “modelo social” articulado en expectativas, convenciones, ideas y actitudes valoradas y disponibles, la literatura o el arte emergen como la configuración material de lo que -fuera de esas articulaciones- se está experimentando, siempre disimétrico o divergente respecto de lo hablado y de lo decible en la medida en que las relaciones sociales nunca son otra cosa que prácticas de sujetos históricos”.

2- Patagonia, entre la tradición y las nuevas configuraciones.
Sin lugar a dudas, plantear la problemática de lo popular / no popular implica considerar conceptos como tradición o hibridez vertebrando cada una de estas nociones dicotómicas. Elegimos para este trabajo con autores regionales de literatura la conceptualización que realizan teóricos como Jean Franco, ensayista y crítica literaria británica, miembro del Centro de Estudios Latinoamericanos de la UCNY.
Desde esta perspectiva de análisis, podemos afirmar que pueden identificarse en los dos grupos de escritores ya mencionados una tendencia o bien hacia lo popular, entendido como “nostalgia por la tradición”, o bien hacia la búsqueda de lo híbrido y lo subalterno como reemplazos de lo popular en las discusiones sobre la representación. Para ambos, el uso de la metáfora como “legitimadora de los usos” o generadora de nuevos sentidos adquiere una dimensión central en la construcción poética del “decir” lo patagónico-sur.
En la primera tendencia señalada, las identificaciones más recurrentes entre el sujeto y la tierra que habita suelen ser, en principio, las metáforas basadas en el tópico del “destino de grandeza” al que la tierra “olvidada” llama, y que sólo algunos (“los elegidos”, padres pioneros y actuales nycs) pueden descifrar, “la que muy pocos saben que ha sido señalada/ como la tierra única que todo lo dará” (Taboada, p. 274). Por otro lado son frecuentes también las metáforas de tránsito que evocan con fuerza un sentimiento de continuidad en la construcción de un pasado que reclama ser recordado y un camino que exige ser recorrido con respeto: “Dile al que venga, que transite reverente/ por nuestra huella de ceniza y simiente”.
Ambos aspectos explotados en un mismo recurso evidentemente tienden a una operación de rescate y revalorización de las normas cívicas y valores positivos que funcionen como lazos de cohesión social, y nuevamente encontramos en este punto el diálogo directo con el discurso político del Estado. Uno y otro manifiestan la voluntad enunciativa de “borrar” cualquier zona de fricción en la elaboración del imaginario colectivo de identificación.
En este sentido, “Se llama Santa Cruz”, de Roberto Leydet se apropia de la metaforización como mecanismo que trasluce el discurso hegemónico, aquél que impone la aceptabilidad sobre lo que se dice y se escribe (Santa Cruz, la Patagonia) y estratifica grados y formas de legitimidad de la tradición, con un fuerte arraigo en la dimensión espacial del territorio.
… Yo quería hablarte compañero / de mi extensa provincia / (…) / De su viento clavado / desde septiembre a marzo / y de su frío clavado / desde marzo a septiembre. / Se llama Santa Cruz. / Y quería decírtelo / porque sería una lástima / que un día nos la roben / y tú hubieras vivido sin saberlo…
Discurso estatal y discurso poético, así, ingresan a un aparato citacional circular que, en palabras de la Dra. Casini, “conforma una red anafórica que da coherencia y cohesión al imaginario. Esta red textual canónica provoca determinados horizontes de expectativas y también posibilidades de identificación y de legibilidad textual de ese imaginario estereotipado”, y es por ello que muchos autores contemporáneos hacen uso (“siguen aferrados”, sentencia Casini) a los mismos clichés como marca indeleble de una voz incuestionable que poetiza la pertenencia.
Pero concomitante a esta concepción altamente ideologizante y valorativa, transita otra que tiende a vincular la escritura poética con nuevas formas de decir nuevos sentidos, más que arraigados a la tierra imbricados en el sujeto que, aún formando parte de un colectivo, es identificable como individual, y por lo mismo imposible de ser ubicado como parte de la estructura del discurso masivo de la tradición.
En lo que podríamos llamar un "cruce" entre la tradición y la experimentación poéticas, Roberto Petroff representa a un grupo relativamente nuevo de escritores quienes, desde el gesto autoral, no se circunscriben al espacio geográfico “Santa Cruz” sino que abarca una región más general, el sur (nominado sin mayúscula, a diferencia de Leydet, Flora Rodríguez, Peña u otros identificados como “canónicos”, tradicionales o, en términos de Ricardo Costa, “fundacionales”) ¿Puede percibirse esto como una voluntad de “democratizar” el espacio social de modo tal que no se vea circunscripto a la situación espacial concreta, es decir, que un poeta pueda ser llamado “santacruceño” aún cuando no pertenezca por nacimiento a la provincia, o no se sienta parte del ideario discursivo hegemónico del Estado, o incluso cuando se trate de un sujeto, como Petroff por propia definición caracteriza, “trashumante”, vagando siempre en un “no lugar”?
… A veces me pregunto qué diablos hago en este lugar al sur de todas las latitudes y no encuentro respuestas. Lo cierto es que estoy aquí y este es mi lugar en el mundo, aunque por momentos siento la necesidad de fugarme a otros paisajes.
(…) La inmensidad de estas pampas es la metáfora superlativa de mi propia alma. Tal vez sea por eso que en este lugar de extensiones infinitas me siento como en casa, como en mí mismo, como en el vientre de mi madre pretérita y memoria…
La impresión de soledad de este sujeto errante se hermana con la soledad que transmite el paisaje árido de la estepa santacruceña, a partir de imágenes que dialogan con la tradición y al mismo tiempo son muestra de “la nueva” poética, aquélla que concibe al lenguaje literario como un trabajo constante de corrección y reescritura, en pos de lograr una “manera distinta” de mirar el mundo. El Sur se presenta como el territorio que genera sentido de pertenencia en el sujeto pero al mismo tiempo engendra dudas acerca de si el destino se está gestando o ya está escrito inexorablemente en lo agreste del paisaje y el clima.
En similar línea de análisis podríamos ubicar la poesía de Jorge Curinao, para quien el espacio geográfico, vacío de cualquier contenido histórico que no sea el de la propia percepción del poeta, funciona como “excusa” para hacer habitar en él las coordenadas de otro espacio, simbólico ya, más hermanado con la idea de “patria poética”. La referencialidad sujeto-suelo se refracta con cada sentimiento que experimenta y embarga al yo. En el siguiente ejemplo, “Señales de humo”, la alusión a la Plaza San Martín, uno de los puntos geográficos de referencia a nivel local, tiende a invisibilizar o, al menos, poner en segundo plano esa referencia:
… Quien cruza esta plaza / espera versos que jamás llegarán. / Por eso San Martín señala el horizonte…
La intención es poner en relieve la problemática de la escritura poética patagónica; la Plaza San Martín puede ser la emplazada en Río Gallegos o en cualquier otra localidad; no hay seres, acontecimientos ni marca alguna que permitan la identificación plena de un espacio específico. Éste es otro de los puntos centrales que marcan diferencias con el grupo de los “nostalgiosos por la tradición”, para quienes la representación “naturalizada” del espacio, con atributos físicos, o “personificada” por un deslizamiento metonímico con el habitante de ese entorno, hace visible esa conciencia de estar fundando nociones que en realidad están ya presentes en las estructuras cognitivas de los destinatarios de sus textos:

En el uso de lo popular está implícita una apelación al pueblo. La Patagonia sur, región marcada por la convivencia de etnias desde el siglo XVIII, es un punto de referencia para nosotros, sus habitantes, que nos indica que, tal como sostiene Franco, “La cultura ya no está localizada con certeza en un lugar de origen o en una comunidad estable: los pueblos la reinventan constantemente con diversos movimientos”. De esta manera, retomando a la poesía como nuestro objeto de análisis, vemos que por encima de las diferencias estructurales y de sentido, tanto la homogeneidad como la hibridez son pretensiones ideológicas de descripción que desafían, siempre, las definiciones más clásicas de identidad nacional o regional, y ambas pueden interpretarse como posible respuesta al problema de representación cultural de una sociedad periférica como la Patagonia.

A modo de conclusión provisoria, dada la explicitación del carácter ensayístico de este trabajo, hemos podido apreciar a lo largo de esta lectura que, en virtud de la metaforización como mecanismo discursivo que posibilita la descripción del suelo que habitan los escritores de estas latitudes, los atributos ligados a los sustantivos que se refieren a la tierra se oponen a la conocida apreciación de Darwin sobre esta región como “tierra maldita”, y disputa con ese discurso previo la legitimidad de su propia visión, con la figura de autoridad que otorga al enunciador su pertenencia a este suelo.
Señalábamos también que la división categórica de dos grupos de poesía se debió a la funcionalidad de la estrategia para el análisis; sin embargo queremos remarcar que es el carácter dialógico de estos textos lo que nos permite visualizar las eventuales líneas de tensión que hemos trabajado.
En este sentido, sabemos que son necesarios sendos discursos, aquellos que se arraigan a la tradición tanto como aquellos que la discuten, problematizan, ponen en entredicho. En el caso del primero, porque “permite cohesionar grupos, ubicar en el universo social, definir fronteras y orientar acciones” (Cocco; 2003). La importancia de los segundos radica en su función reguladora del discurso hegemónico en cuanto a que desafían la noción unívoca de verdad acerca del espacio geográfico, social y político que habitamos. Las Naciones y sus culturas regionales son “construcciones continuamente imaginadas, inventadas, cuestionadas y transformadas por individuos” (C 2003) que, en la búsqueda del sentido de pertenencia, ponen en funcionamiento mecanismos disímiles de enunciación eficaz, legitimado cada uno por los miembros del grupo al que representan.
Cuando Bertold Brecht afirma que un arte, para definirse como popular, debe ser comprensible para las amplias masas y tomar y enriquecer sus formas de expresión, se refiere a un arte para el pueblo, que será positivo si refuerza su cultura, o negativo en la medida en que la sustituye, porque de esta manera expropia la palabra a las clases bajas (Colombres, 1997:9). Pero considerar al arte popular sólo como “el arte del pueblo” sin considerar toda la complejidad estructural que el término implica, sería retacear los sentidos culturales que las producciones artísticas y sus estéticas de recepción generan. Tal conjugación de lógicas y espacios visibles en la poesía de surpatagonia crean y recrean nuevos lugares de interpelación y reconocimiento, que exhorta a los lectores a introducirnos en la complejidad de la trama en que se inscribe nuestro región.
Las separaciones categóricas, como la que presentamos en este trabajo, no buscan distanciar sino propiciar un diálogo simétrico y edificante, sin usurpaciones. La negación del diálogo, creemos, suele empezar con la unificación de lo diferente.

4 comentarios:

Sergio Sarachu dijo...

Qué buen laburo!! Ya tengo un buen panorama de lo que es -y ha sido- la literatura por aquellos lados. Yo también estoy contagiado de la Morología y no dejo de pasar a cada rato por tu blog, que aumenta y mejora.
Saludos con un poco de fresco del norte del sur.
Sergio.

macadamia dijo...

ta bueno moro, consistente y con muchas lineas de continuidad
hay un sitio web que está muy bueno y tiene muchos laburos de critica es el de sergio mansilla de chile
despues te paso la dirección
besos

macadamia dijo...

te digo, para que no salgan a rebatirte, que hay un sitio excelente de crítica de mansilla torres, en la web de mansilla de neuquen tambien, y eckhardt tambien tiene laburo de critica, giovanna recchia y bueno, bastante gente...lo que no hay hasta ahora es un laburo continuo, se mueve por etapas
por el sitio de mansilla poné en google sergio mansilla y sale
besos

La Moro dijo...

Se le agradece el dato, poeta! Voy a rumbear para esos lados cibernéticos...

Sergio, ¿qué te puedo decir? Gracias a vos también, ¡y basta porque me hacen sonrojar, los dos, che!