En el universo borgeano, la concepción de la lectura va indisolublemente
unida a la de escritura, como dos momentos de un mismo proceso que se
retroalimentan incesantemente. Aquel que lee es quien está en condiciones de
escribir y, por lo mismo, quien escribe es aquel que antes leyó. Se tejen así
entre las personas lazos que trascienden cualquier categoría espacio-temporal,
ya que el proceso de lectura-escritura envuelve la totalidad, y se desarrolla superando
cualquier concepción rígida que pretenda limitarlo.
El rol del lector en los cuentos de Borges se vuelve fundamental, mucho
más aún que el del escritor. El sujeto que lee decodifica un mensaje que sólo
adquiere sentido en ese momento de encuentro; es quien pone en funcionamiento una
inteligencia capaz de darle vida a la escritura del otro. El momento sublime y
vertiginoso del encuentro entre el texto y el lector da sentido a la existencia
de ambos sujetos que, precisamente en ese instante, se vuelven uno.
En este sentido, “Pierre Menard, autor del Quijote” y “El jardín de los
senderos que se bifurcan” resultan pertinentes para ilustrar las concepciones
borgeanas acerca de la lectura y la escritura.
El primer cuento comienza delimitando el grupo (lectores-escritores) capaces
de acceder, más que a la interpretación de lo escrito, a su goce y deleite. Quedarán
excluidos de éste el conjunto de afrancesados críticos que, por repetir el
discurso canónico anquilosado del poder, no son capaces de vislumbrar todas las
categorías posibles del universo que se crea entre autores y lectores. Madame
Henry Bachelier y su grupo de superfluos no pueden tener acceso –por su
reducida visión de la obra de arte literaria- a la verdadera producción
de Menard: la secreta, subterránea y fragmentada producción.
Se introduce en este punto otro concepto fundamental vinculado a la
lectura: el lector (el lector borgeano) es conciente de que nunca podrá leer
una obra por completo; cada producción es parte de un todo que incluye lo
visible y aquello que no lo es, lo que está escrito y aquello que aún no.
Pierre Menard no “copia” (pecado capital para esta concepción de intelectual)
El Quijote, simplemente lo escribe nuevamente. La lectura que hace de la obra
de Cervantes lo habilita para escribir
el texto que aún no fue escrito (“puedo premeditar su escritura”, dirá Menard-Borges),
es decir, El Quijote ya no en la España del siglo XVI, sino en la Francia del
XIX, para “conjurar en una figura a Tartarín, al Quijote y a Sancho”. Cervantes
y el francés se convierten entonces en dos sujetos distintos que escriben en el
mismo punto pero en tiempos también distintos; Menard continúa el proceso de
lectura-escritura y se funde con Cervantes, se vuelven uno.
De esta manera, la cadena de semiosis ilimitada en la escritura palimpséstica
se continúa franqueando cualquier obstáculo. Como concepto, la lectura en este
texto es vista como un arte (al igual que la escritura) que, lejos de ser
rudimentario y estático, es motor generador de nuevas creaciones. El libro, al
ser leído, deja de pertenecer a quien
lo escribió en primera instancia para pasar a ser parte de quien lo está
leyendo (los lectores del futuro “leerán el libro de Madame Bachelier como si fuera de Madame Bachelier”), un
engranaje más en la productiva maquinaria intelectual que hace funcionar al
mundo de las ideas.
“El jardín de los senderos que se bifurcan” introduce, además,
concepciones que ligan a la lectura-escritura con las cuestiones
político-ideológicas que rodean al acto de escribir. La biblioteca total que
rodea al sujeto lector (Albert) es índice de la capacidad que posee para
advertir el hecho lector como capaz de trascender –y aún diluir- las
categorías (oriente/occidente, por ejemplo); es un sujeto universal gracias a
la lectura.
… Yo
oía con decente veneración esas viejas ficciones, acaso menos admirables que el
hecho de que las hubiera ideado mi sangre y de que un hombre de un imperio
remoto me las restituyera, en el curso de una desesperada aventura, en una isla
occidental…
La novela de Ts’ui Pên, también en este sentido, es la condensación no
sólo de las posibilidades narrativas de escritura sino también las de la
lectura. Exige un lector inteligente y dedicado, con una mirada lo
suficientemente amplia como para comprender, como en un juego de adivinanzas,
todas las variantes que se le presentan. Su labor en realidad no concluye
(erróneamente podríamos interpretar su muerte como el fin del proceso de
decodificación del texto), sino que un ciclo se acerca a su fin y aquel papel
de traducción va a ser ocupado ahora por otro nuevamente continuando, como en
“Pierre Menard…”, una cadena de interpretación y generación de nuevos sentidos
que otorgarán nueva vida al texto literario.
0 comentarios:
Publicar un comentario