Breve (casi)ensayo
acerca de cómo a veces la poesía te golpea en el centro mismo del tuétano, o
una lectura de Zurdo puertas afuera,
de Dante Cuadra
Un libro puede dormir cincuenta
años, o dos mil años,
en un rincón de una biblioteca, y
de repente lo abro,
y descubro en él maravillas o
abismos, un renglón que
me parece haber sido escrito sólo
para mí…
(Marguerite Yourcenar)[1]
Nuestras
experiencias como lectores de literatura portan una complejidad que
probablemente sólo pueda ser entendida por quienes comparten el mismo hábito. Verdad
de Perogrullo para iniciar, pero lo cierto es que a veces lo evidente, de tan
evidente, no se considera. La cita de Yourcenar marca un tipo de experiencia -una
no tan evidente ni mucho menos frecuente- que sin embargo, cuando sucede, deja
una huella de ésas que marcan a fuego nuestro pelaje.
Elegí
la cita, claro, porque eso me sucedió con Zurdo
puertas afuera, primera publicación del poeta chileno Dante Cuadra, que apareció
en un ya lejano 2009 pero que llegó a mí hace sólo un par de semanas atrás. Confieso
que me esperaba el cimbronazo, porque conocía de antemano algunos (aunque muy
pocos) de sus textos poéticos más recientes. No obstante, acceder a la lectura
de la obra completa significó para mí encontrarme con un mundo poético muy
prolijamente armado, natural y bellamente dispuesto al diálogo entre
subjetividades y, sobre todo, con una inusual capacidad para pulsar las cuerdas
precisas de las interioridades lectoras. Una maestría para lograr esa sensación
a la que se refiere Yourcenar: maravillas y abismos en renglones que parecían estar
esperándome para dotar de sentido muchas cuestiones que hace tiempo vengo pensando acerca de la relación entre textos y lectores.
Una
primera de ellas: cómo poetizar lo cotidiano, cómo transformar lo habitual en
un objeto otro, en un cuerpo distinto. En la poética de Cuadra se tiende un
puente entre el decir diario y el lenguaje de lo bello gracias a un trabajo reflexivo
con la semántica y la sintaxis (no se puede decir como ya antes se dijo: regla primera
del arte poética). Pero, además, hay en estos textos una decisión consciente de
transformar la realidad habitada, aunque no sólo desde un punto de vista
estético:
Con el
tiempo ciertas cosas van dejando de ser tales
Me he
ido llenando de ellas
Dispersas
por toda la casa
mansas
reconocen mis pasos
en este
incesante deambular por los pasillos
Unas en
su lugar
otras
no tanto
otras a
veces perdidas
o
escondidas de mí
de las
otras cosas
o de
ellas mismas
Las
cosas no tienen nombre forma
ni
utilidad práctica alguna
pero están
ahí
absortas
intactas
en su propia estructura
implacablemente
lúcidas
con su
memoria asombrosa
obcecada
habitando en la mía
Hay
quienes me dicen que me deshaga de las cosas
Cómo
abandonar mi residencia digo
cómo deshacerme
de mi nombre
Quién vaticinará
mis días
Cómo haría
para reconocer los puntos cardinales
y no
perderme entre el baño y la cocina
Cómo harán
para recordarme
Quién
me hablará de ti (“Las cosas”, pp. 82-3)
No
viniste a la hora convenida
ni a
ninguna otra
Te esperé
ahí hasta que se bajaron las luces
y las
sillas se subieron a las mesas
en
ellas posaron sus asientos y
piernas
al cielo distendidas
llenaron
el espacio quieto
con el
murmullo suave de su lenguaje
Las que
tenía enfrente de mí
se
quedaron en donde estaban
tan
silenciosas apenas cruzaban
miradas
Hubiérales
ofrecido algo para beber
pero no
quise interrumpir su sosiego
y me marché no sin antes
darles
un golpecito en sus respaldos
agradeciéndoles
su lealtad y discreción (“Las sillas”, p. 74)
Una
segunda, derivada de la primera: cómo hacer transitar sin fricciones la más inherente
interioridad del yo hacia el
encuentro con el colectivo. En Zurdo…
esa decisión de transformar el espacio deriva en un resultado fuertemente
político: el poema crea un lugar de encuentro con el otro, un escenario de
pensamiento y acción (¿qué es el lenguaje, si no accionar sobre lo que se
conoce para volver a crearlo?). El uso de pronombres de 1º y 2º cuya
referencia, por lo general, está por fuera del poema, es una de las estrategias
que aparecen de manera recurrente para reforzar la inscripción del yo y su subjetividad en ese espacio político, y la interpelación al tú, siempre imprescindible:
Quién
más triste que yo
si no
mírenme
mírenme
el cuello
miren
mi pelo
mírenme
el país
y esta
ceniza en la boca
triste
y perpetua
como
mancha antigua
en el
cielo de la pieza
Quién
más triste que yo
si no
tú conmigo (“Quién más triste que yo”, p. 17)
Diez
veinte noventa cien
salí
es el juego
que no
me acuse el latido de la sien derecha
menos
el de la izquierda
y el
perro pierda el olfato
hágome el muerto
todo entero
hágome de piedra
hágome polvo
hágome nada
hágome polvo de nada
es el juego
no es
otro el asunto cuando se trata de vivir
terrestremente
adivinando en qué instante
Sangre
hasta el decimal si respiro
al que pillé
pillé culpa mía no es
aténgase
a las consecuencias
y me
restituyo carne hueso
todo a
lo que le concierne
el pájaro
al disparo el diente a lo suyo
mis
piernas a esta carrera hasta el árbol
que tocaré
tres veces
tres
veces y tres veces
con una
sola palabra
undostrespormìytodosmiscompañeros
(“Undostres por mí”, p. 37)
En
este punto deberíamos instalar la reflexión sobre el título del poemario. Plantea
la tensión entre el espacio interno/privado/individual y el espacio exterior/público/colectivo: todos los poemas se buscan y se encuentran,
intermitentemente, en uno y otro plano. La figura de “el Zurdo” los convoca y a
la vez sintetiza, esto es: la mirada primera, la percepción siempre escapada de
la alienación, da cuenta de la singularidad de un mundo con el que no se está conforme;
es necesario accionar sobre él porque allí reside la clave de la supervivencia.
No hay, por lo mismo, referencias concretas ni a tiempos ni a espacios; una poesía
desanudada del contexto porque pervive a lo coyuntural. Su densidad, cifrada en
lo humano, le permite extender alas hacia senderos remotos, porque se sostiene precisamente
allí: en la experiencia compartida de luchar contra lo injusto. Y ésa es
universal.
Vengo
de una casa mansa
cantos
en la cocina pájaros rasguñando la
tierra
enojos
simples y nombres dichos en diminutivo
por
madres perfumadas
con olor a jabón
Vengo
de una casa mansa
sábanas
hervidas en tarros
y
dulces plantas en macetas
Eso no
me lo quitas
ni la
hoguera viva de mi amada
o la
espesura de su boca
en la
madera de mi cama
Ni
siquiera las piedras de mi tumba me quitas
tu odio
no se compara con el mío (“Manso”, p. 47)
Una
tercera cuestión: el rol de la reminiscencia como estrategia para pensar críticamente
el presente. En este punto quizá se cifre no sólo la vigencia de esta escritura
sino la inevitable identificación que produce en sus lectores. Los recuerdos
son una senda temblorosa pero incesante hacia el encuentro consigo mismo y el
conjunto. Madre, padre, hermanos, amigos, el país: todos confluyen en la
memoria del Zurdo para recuperar los afectos primeros, bases que marcan el
camino del poeta y del hombre.
Lucrecia
derramada por los andenes de Colchagua
hasta la
costa
andará
con sus cinco críos
su
alfabeto de peces
su música
de rocas
enhebrando
algas
con
todo el mar adentro
y su
nariz fría de gata
Andará
por el aire
la más
dulce
la más
humilde
la más
callada
animala
portentosa
andará
picando perejil para la sopa
revisando
mi silabario mi caligrafía
a ver cuánto
habré crecido hoy
andará
viniendo por un clavel
andará
por ahí viniendo
andará
por ahí viniendo (“Lucrecia derramada…”, p. 51)
Mil
cosas más podrían decirse de estos poemas, pero lo mejor es leerlos y
sentirlos, no decirlos. Por eso, no esperen ni remotamente que alguna vez los someta
a un análisis teórico bien hecho, serio, de esos que deberían serme propios. Eso
se lo dejo a colegas mucho más capacitados para esas fatigas, porque no
temen lo que yo sí: sucede que no quiero cristalizar en un escrito formal mi
experiencia como lectora, quiero guardar todo el tiempo posible la sensación de
explosión sensitiva que me produjeron cuando los leí y los leo.
La
poesía de Cuadra es pura experiencia humana en clave estética, un intento movilizador
de establecer con otro un contacto que permita la construcción compartida no ya
sólo de los sentidos que entraña el poema, sino de una visión de mundo, un
estar en la realidad de manera comprometida. Así, sin hermetismos ni jergas, sin
rebusques ni caracoleos caprichosos; un lenguaje preciso que escapa de lo
llano, de lo esperable, de la referencia obvia. Así, desplegando una intuición
musical que marca cadenciosamente las orillas de cada poema, sus vertientes,
sus bahías, sus remansos. Así, acariciando apenas las penas y las nostalgias, también
las alegrías. Así, sacudiendo los odios y los sobresaltos que nos despiertan esos
que son menos humanos y que buscan hacernos cada vez menos humanos.
En
los tiempos que vivimos, es imprescindible buscarnos. Aquí, una poesía de maravillas y abismos que nos
ofrece ese espacio para el encuentro.
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